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¿No recuerdas qué ha pasado?
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Noche tras noche en mi mente, al entrar en mi narcosis, le escucho quejarse
amargo. Hacen mal sus feas palabras, ¡dile que se detenga!
La melena enmarañada le llegaba hasta
empaparse con el agua, que abundante, rebosaba a borbotones vertiéndose por el
piso, de un baño en la planta baja, que casi estaba inundado. Mojadas palmas
y dedos, sus deshidratadas manos, se aferraban fuertemente a los bordes del lavabo manteniéndola inclinada como a ciento treinta grados, esperando el veredicto del reflejo del espejo.
Descalzada y con pijama, mojado hasta los tobillos, los dibujos estampados ascienden hasta el ombligo, donde cuerda de embalar, anudada doblemente, ciñe al talle un pantalón que hace poco entraba exacto.
y dedos, sus deshidratadas manos, se aferraban fuertemente a los bordes del lavabo manteniéndola inclinada como a ciento treinta grados, esperando el veredicto del reflejo del espejo.
Descalzada y con pijama, mojado hasta los tobillos, los dibujos estampados ascienden hasta el ombligo, donde cuerda de embalar, anudada doblemente, ciñe al talle un pantalón que hace poco entraba exacto.
Sobre parpados morados, sus
inmensos ojos miel, reflejan atormentados la angustia del que ha perdido, una
lucha interminable contra instintos animales que la mantienen en vilo,
despierta y con diez sentidos. Y contrastan con el gris de una piel que no se
toca, porque ya no siente el tacto cálido de sus manos.
La sangre por la nariz se mezcla con el carmín y
la vida de su amante secándose entre sus dientes, le deja regusto a fierro,
provocándole una arcada que le está frunciendo el ceño.
El horror por lo que ha hecho chorrea barbilla
abajo. El eco de una pregunta la amartilla muy despacio, haciendo temblar su
cuerpo, resquebrajándolo lento, agrietando sus entrañas y dejando al
descubierto sus más oscuros temores; que le aprisionan las ganas, que asesinan
sus bondades y la encierran junto al mal con el miedo de su parte.
Balbucea, tirita, llora. Mientras,
trata de alumbrar la oscuridad de su mente. Ahí se debe ocultar, el por qué y
desde hace cuánto recupera la conciencia, sin saber cómo ni dónde, despertando
de letargos en los que seres humanos, yacen muertos a su lado, sin recordar que
ha pasado.
En su interior la pregunta:
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¿No recuerdas qué ha pasado?
-
Solo su cuerpo tendido, susurrándome al oído que sabía lo que soñaba, que por
las noches vendría, que nunca me libraría.
-
¿No recuerdas qué ha pasado?
-
Mis manos ensangrentadas. La cabeza me explotaba. Mi ropa toda rasgada y a dos
metros la ventana. ¿Cómo supo qué soñaba? ¡Jamás le he hablado a nadie, acerca
de mis delirios! Noche tras noche en mi mente…
El espejo no perdona, si te asomas te
lo muestra y pocas veces traiciona. Si te atreves a observarte, saldrán a flote
tus miedos. Pero también la sonrisa o la energía que desprendes.
Sara, desesperada, grita desde la
rabia, porque hace ya algunos meses que no se ve reflejada. No recuerda su
expresión, ni el color de su alegría, está olvidando su cara de chica
experimentada. Se está borrando del mapa, no guarda una imagen clara en su
cabeza extenuada y golpea con gran violencia otro espejo sin reflejo, deseando
que quebrado y por el cambio de forma, le muestre al menos un "algo"
que refresque su memoria y le dé una pista vaga de cómo era su cara.
Con el grifo ya apagado y los nudillos
rabiando, se gira sobre su espalda apoyándola en la pila. A sus pies, semiflotando,
Carlos la sigue mirando. Arañazos en el torso con la carne desgarrada, sangre
seca en los oídos y la yugular sesgada. El vientre abierto en canal, desde el
tórax hasta el pene y las carnes separadas por la anchura de un hocico. Lo último
que recuerda es que éste le gritaba, afirmando sin reparo que él no la había
engañado. Todo parece apuntar que la responsable es ella, mas no entiende la
manera. Y en su mente se repite:
-
¿No recuerdas qué ha pasado?
-
Que mi tiempo no era mío, y aunque él no lo veía y dado que le quería, corría
un tupido velo y seguía con mi día.
-
¿No recuerdas qué ha pasado?
-
Que a ciencia cierta creía, que si todo se torcía, por mucho que él lo negara,
daría por mí la vida sin pensar lo que exponía…
Ahora se la ha quitado, se la ha bebido
de un trago sin saber cómo ha pasado. Pero él la conocía, sabía que pasaría si seguía
con su engaño. Como no pudo evitarlo, miró para otro lado pensando que no
estaría para ver como algún día, con La Parca de la mano, su cuerpo se comería,
su sangre se bebería.
¡Eso es, lo que ha pasado!
Disfruté leyéndote. Ese toque soberbio de poesía que se saca de la frase precisa, contundente, en medio de una prosa abigarrada y bien hecha le pone un toque especial a esta y a lo que vales. (Por twitter y blog, LOBIGUS)
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