domingo, 21 de octubre de 2012

MARISA






Ya está todo preparado y ni siquiera te has enterado, mis cosas fuera de aquí, el cajón de los cuchillos vacío y los niños en casa de mis padres.

Hoy, va a ser el último día que vivo este infierno. 
Nunca más tus manos de lija, sucias de cobardía, volverán a golpearme, nunca más volverás a tocarme.
Nunca más tu aliento de alimaña venenosa susurrará en mi oído que soy tuya.
Nunca más tu mirada vacía, gris.
Nunca más tu alma pútrida sentirá la fragancia de mi perfume...

Nunca más el miedo.
Nunca más congresos inventados.
Nunca más estas gafas de pasta negra que oscurecen mi alma.
Nunca más me llamarás puta.
Tus menosprecios no serán, nunca más, el sonido de mi despertador.
Nunca más tus
golpes me llevarán a duras penas a la cama, dolorida y angustiada.
Pero sobre todo y por encima de todo, nunca más volverás a oír, tocar, ver u oler a mis hijos.

Hoy voy a enviarte donde deberías estar, voy a recordarte tu camino olvidado, el que te lleva hasta el infiero, de donde nunca debiste salir. Pero antes, te voy a hacer creer que tocas el cielo con la punta...de tus dedos.

Lencería roja de encaje y liguero, zapatos de tacón y dos perfectas trenzas. Una preciosa, aunque castigada mujer morena, de ojos negros y piel brillante como un faro, se acercaba melosa a Gustavo. Marisa se había convertido, por una noche, en todo lo que él deseaba, una porno-chacha florero, un agujero dispuesto a satisfacer sus deseos más inconfesables.

El beso húmedo olía a perfume caro, pero el exceso de alcohol, termina afectando al olfato.

- ¿Y tus hijos? -. Preguntó justo después de morderle el labio hasta hacerlo sangrar. El puño izquierdo cerrado con fuerza vuelve los nudillos blancos mientras nota como se clava sus propias uñas.

- Con mi madre. No hables. Hoy vas a conocer el más allá.

Los botones de la camisa volaban por la habitación sin rumbo, sin control como Marisa. Había sido un abordaje perfecto y además, sabía cómo hacer para que Gustavo estuviera a su merced.
No habían pasado dos minutos y Marisa ya estaba en sus pantalones, bajando la cremallera. Él, duro como el mármol, sólo podía poner los ojos en blanco. Húmeda, la lengua recorría cada centímetro desde la base hasta la punta mientras con su mano buena le acariciaba el escroto, mal pensó.

- Paciencia Marisa -.

El pubis, las ingles, el pene y la bolsa, eran ahora el centro neurálgico de Gustavo reflejándose en su nuca. Las piernas le temblaban.

- ¡Marrana! ¡Más que marrana! ¡Mía y de nadie más!

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Marisa pero continuó, con valentía, haciendo uso del poco coraje que no le había sido arrebatado a golpes, el pensamiento de que esa sería la última vez la animó. Incorporándose, le agarra de la corbata, ahora mal anudada, que colgaba a través de su pecho desnudo. Como si de un perrito faldero se tratara, lo guía por el pasillo hasta el dormitorio aprovechando para contornear su figura y rozar su redondo trasero con el miembro erecto de Gustavo.

Fuera, la tormenta arreciaba.

Volando por el empujón, Gustavo da con sus huesos en el colchón violentamente. De un hábil salto, Marisa se coloca encima a horcajadas.
Él sentía que ascendía con la respiración alterada y la lengua de marina en su oreja. Tocaba el cielo con las manos.
- ¡Te odio! Susurró.
- ¡Mala madre! Con la respiración entrecortada.

Con los ojos vidriosos y rojos de ira, Marisa ya había llegado al pecho, lo besaba mientras le masturbaba con suavidad. Una gota de simiente se derramó y sus manos expertas aprovecharon la coyuntura.
Los gemidos del demonio se le clavaban en la sien como alfileres de vudú. De pronto, Gustavo, con un movimiento brusco, se colocó encima para penetrar su, agujero en propiedad, arrancando un grito mudo de dolor de las entrañas de Marisa.
- ¡Te gusta esto puta, si, te gusta, sé que te gusta, dilo, di que te gusta o acabaré contigo!
- M…me gusta, sigue así, sigue, n…no te pares, soy tu perra, tu esclava -. Decía con un nudo en la garganta mientras deslizaba la mano por debajo de la almohada palpando hasta sentir el tacto frío de la muerte entre sus dedos y aferrándose a él como su tabla de salvación. Sin duda, lo más cálido que se había llevado a las manos en los últimos quince interminables minutos de angustiosa relación.

Con evidentes síntomas de asco, dijo:
- Avísame antes de irte, hoy, lo quiero todo para mí.

El éxtasis recorrió a Gustavo desde el ano hasta la nuca haciéndolo temblar.
Un instante antes del clímax, Gustavo ya tenía clavadas las tijeras en el cuello hasta el tornillo. Recuperándolas de su improvisada funda de piel, carne, venas y sangre a borbotones, asestó una segunda puñalada en la garganta, y una tercera, y una cuarta, y una quinta, como si con cada una fuera un poco más libre. Fue veintiséis veces más libre mientras su rabia contenida gritaba cada vez más fuerte un te odio, que empezó como un susurro y terminó con el grito más desgarrador que jamás alguien haya oído.
Extenuada, cubierta de una mezcla de sangre, lágrimas y mocos, se dejó caer sobre su espalda y se quedó dormida
.


                                                                                                                                               

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Desde luego. Situaciones desesperadas, medidas desesperadas.
      Como dices tú, en lo que estoy deacuerdo, quién quiere lo habitual? Lo común? Lo típico? Me gusta tu poema!

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